jueves, 28 de mayo de 2015

Contribuido por el señor XX-28. Esta historia data de 1990 ó poco después.

Fue hace muchos años. Era verano y hacía calor en Santiago. Mi prima vivía apenas a cinco casas. Se le ocurrió llamarme para que le cambiara una ampolleta, así que para allá fuimos. La ampolleta quemada estaba en la pieza, justo sobre su cama. Yo andaba en polera y short, ella en falda y polera. Así que ahí estábamos los dos. Yo parado sobre su cama, desenroscando y enroscando como mal o bien podía la bendita ampolleta, y ella abajo atenta a cada movimiento. Cuando miraba hacia la cama, juro que me turbaba un poco su figura.
Al fin se hizo la luz, pero ella insistió en que la ayudara a correr unas cosas del living. Así que de nuevo su esclavo. El asunto no era tan sencillo, requería fuerza, había que mover este mueble y aquel y también aquel otro… Para allá, no, no, mejor para acá... Ella, mujer de 30 años, mandaba; yo, apenas un chico de 18, obedecía intentando complacerla en todo. Su figura me seguía turbando porque, aunque no lo crean, yo todavía era virgen. Los dos transpirados por el calor y el esfuerzo.
De pronto ella dijo:
—No puedo más de calor —y sin más se sacó la polera.
No podía creer lo que veía. Quedó en sostén. Seguí ayudándola. Corriendo cosas, lo que pidiera. De acá para allá y de allá para acá. Por momentos me parecía que ella no quería terminar nunca de acomodar. En lo que a mí respecta, quería quedarme toda la vida ahí. Entretanto ya ni sabía donde poner mis ojos porque hay que estar frente a semejante mujer. Una mujer a la que de continuo le bailan los pechos y a cada rato se acomoda una teta. Cometí mil errores, tropecé, tiré para donde no debía tirar, me caí y todo lo que se puedan imaginar porque el sostén ese bailaba y bailaba sin piedad alguna, y encima ella cada tanto se paraba para volver a acomodarse una o la otra. Para colmo el sostén parecía chico, era chico. Aun hoy a sus más de 50 las sigue teniendo mayúsculas. Y yo, apenas un chico, veía todo eso y sentía sensaciones que no sería bueno de explicar frente a la abuela.
En uno de esos tantos acomodos, ella me rozó sin querer y sintió mi pico durísimo. Sonrió y me dijo:
—¿Qué te pasa? ¿Te gustan?
Y yo contesté con un tímido sí. Ella insistió con su:
—Dime algo, entonces, ¿ya tienes vello?
—Sí —otro tímido sí porque estaba frente a una mujer que me preguntaba intimidades y me arrasaba con la mirada.
—¿En serio te gustan tanto mis tetas? ¿Quieres ver una? Así no te distraes más, terminamos de acomodar y te vas.
Le dije que sí, aunque ni medio quería irme. Ya no podía con mi alma. Así que ella se descubrió la teta izquierda y… ay, mi dios.
—Ahora muéstrame tu vello.
—No, prima. Yo no muestro gratis, hagamos un trato: muestro si me muestras tú.
—Ya te mostré…
—Hablo de las dos juntas —no podía creer que le dijera eso pero ya se lo había dicho.
—Ah, eso quieres… —y se voló el sostén con toda naturalidad; era lo más hermoso que había visto en mi vida, unas tetas grandes, bellísimas, con pezones preciosos, una mujer hecha y derecha.
—Bueno, ahora bájate el short pero no todo. Sólo muéstrame el vello. No quiero ver más nada.
Así que ahí estábamos, ella en tetas y yo vestido, pero con mi muñeco haciendo una tremenda carpa en mi short. Ella sonrió. Yo estaba muy nervioso por lo que iría a pedirme. Bajé mi short y le mostré apenas mi vello púbico, muy por el lado de arriba nada más. Nada de mostrarle todo.
—Ah, primito, veo que ya eres un hombre. ¿Seguimos acomodando?
Por supuesto que lo que menos quería era mover muebles, lo único que quería mover era su cuerpo. Así que le dije: sigamos con el trato, te muestro más vello si te sacas la falda.
—Sácamela tú.
Yo me acerqué y empecé a tironear. Quería quitarle la falda arrastrando lo que tuviera debajo pero ella dijo como retándome:
—Sólo la falda, primo —así que fue sólo la falda la que cayó al piso.
—Esto no es justo —dije—. Yo te mostré mi vello y tú no. Muéstrame todo tu vello.
Se echó a reír:
—Es que no tengo vello. Estoy toda depilada.
—Igual quiero ver. Muéstrame tu depilación.
Nos reímos a las carcajadas.
—Entonces hagámoslo bien. Te quitas el short y yo el calzón, pero sin trampas, ¿Estamos?
Y ahí cayeron las dos prendas. Era cierto, estaba toda depilada. Mi muñeco al máximo. Se arrodilló y sentí que lo atrapaba con los labios. Era la primera vez que alguien me tomaba el pico. Cerré los ojos y le dije así, así, en tanto me quitaba la polera y quedaba desnudo como ella.
—Vamos a la cama de una vez —le dije y consintió.
Ya en la pieza me pidió que la besara abajo. Era justo, ella me lo había hecho antes. Sentí su jugo y me gustó, jadeaba y acababa como una perra, y no sólo una vez. De pronto se puso en cuatro patas y empezó a mover las nalgas.
—Vamos, primito, ¿no querías esto? —sus nalgas bailoteaban, era la primera vez que tenía una mujer para mí. No aguanté más.
—Por ahí nooooo. No, no… por ahí no…
Era tarde, yo no iría a parar. Así que apreté hasta enterrarle todo el muñeco. Gritaba como una condenada pero no se lo saqué. Al rato, más tranquila, movía sus nalgas pese al dolor.
—Es la primera vez que me lo hacen por ahí, maldito.
Un reproche que no era un reproche, más bien, un agradecimiento. Eso me entusiasmó. Busqué mi propia satisfacción, tirármela bien tirada al ver que ella se movía más y más. Al rato saqué el pico del lugar “equivocado”. No me dejó ir al baño sino que se acomodó y volvió a tomarme con la boca. Sentía su saliva que me lavaba y muchas ganas de tirármela de nuevo. Entrar en su choro fue una delicia, estaba mojado al máximo, me pedía que le entrara bien a fondo. Acabó un par de veces y enseguida sentí que me venía.
—Echa tu pipí afuera…
—Mi leche querrás decir —me hizo gracia lo de tu pipí, me seguía tratando como a un chiquilín.
—No te vacíes adentro, te lo ruego…
No quería quedar embarazada, yo tampoco quería que quedara, así que le hice caso. Lo único que faltaba era un drama familiar. Tirar está bien, preñar no. Saqué mi pico de su choro. La tomé de los hombros y se lo puse en la boca. Fue divino. Ella chupando y lamiendo como una perra en celo y yo bombeando, ayudándola a que me diera más y más placer. Su boca ya era una zorra, una zorra mojada. La sujeté por la nuca, ella intentaba decir algo, quizá un nooooo, pero como tenía su boca ocupada lo ignoré y seguí adelante. No tardé en venirme dentro. Ella no podía zafar, mi pene estaba a fondo y recibió mi semen que saltó con todo. Me puse perverso, no sé por qué, tal vez mis 18 años me daban permiso de ser medio loco… Lo cierto es que no le solté la cabeza y con una mano le tapé la nariz, tragó todo mi semen… Se enojó y tenía razón. Fui muy malo. Me castigó varios meses sin darme sexo. Hasta que aprendas a respetarme. Repito, estuve mal. Al fin de cuentas fue la mujer que me hizo hombre. Y la que me sigue haciendo hombre pese a nuestros matrimonios y a los años…


(Mi prima mayor)

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