Contribuido por el señor XX-28. Esta historia data de 1990 ó
poco después.
Fue hace muchos años. Era verano
y hacía calor en Santiago. Mi prima vivía apenas a cinco casas. Se le ocurrió
llamarme para que le cambiara una ampolleta, así que para allá fuimos. La
ampolleta quemada estaba en la pieza, justo sobre su cama. Yo andaba en polera
y short, ella en falda y polera. Así que ahí estábamos los dos. Yo parado sobre
su cama, desenroscando y enroscando como mal o bien podía la bendita ampolleta,
y ella abajo atenta a cada movimiento. Cuando miraba hacia la cama, juro que me
turbaba un poco su figura.
Al fin se hizo la luz, pero ella
insistió en que la ayudara a correr unas cosas del living. Así que de nuevo su
esclavo. El asunto no era tan sencillo, requería fuerza, había que mover este
mueble y aquel y también aquel otro… Para allá, no, no, mejor para acá... Ella,
mujer de 30 años, mandaba; yo, apenas un chico de 18, obedecía intentando
complacerla en todo. Su figura me seguía turbando porque, aunque no lo crean,
yo todavía era virgen. Los dos transpirados por el calor y el esfuerzo.
De pronto ella dijo:
—No puedo más de calor —y sin más
se sacó la polera.
No podía creer lo que veía. Quedó
en sostén. Seguí ayudándola. Corriendo cosas, lo que pidiera. De acá para allá
y de allá para acá. Por momentos me parecía que ella no quería terminar nunca
de acomodar. En lo que a mí respecta, quería quedarme toda la vida ahí. Entretanto
ya ni sabía donde poner mis ojos porque hay que estar frente a semejante mujer.
Una mujer a la que de continuo le bailan los pechos y a cada rato se acomoda
una teta. Cometí mil errores, tropecé, tiré para donde no debía tirar, me caí y
todo lo que se puedan imaginar porque el sostén ese bailaba y bailaba sin
piedad alguna, y encima ella cada tanto se paraba para volver a acomodarse una
o la otra. Para colmo el sostén parecía chico, era chico. Aun hoy a sus más de
50 las sigue teniendo mayúsculas. Y yo, apenas un chico, veía todo eso y sentía
sensaciones que no sería bueno de explicar frente a la abuela.
En uno de esos tantos acomodos,
ella me rozó sin querer y sintió mi pico durísimo. Sonrió y me dijo:
—¿Qué te pasa? ¿Te gustan?
Y yo contesté con un tímido sí. Ella
insistió con su:
—Dime algo, entonces, ¿ya tienes
vello?
—Sí —otro tímido sí porque estaba
frente a una mujer que me preguntaba intimidades y me arrasaba con la mirada.
—¿En serio te gustan tanto mis
tetas? ¿Quieres ver una? Así no te distraes más, terminamos de acomodar y te
vas.
Le dije que sí, aunque ni medio
quería irme. Ya no podía con mi alma. Así que ella se descubrió la teta
izquierda y… ay, mi dios.
—Ahora muéstrame tu vello.
—No, prima. Yo no muestro gratis,
hagamos un trato: muestro si me muestras tú.
—Ya te mostré…
—Hablo de las dos juntas —no
podía creer que le dijera eso pero ya se lo había dicho.
—Ah, eso quieres… —y se voló el
sostén con toda naturalidad; era lo más hermoso que había visto en mi vida,
unas tetas grandes, bellísimas, con pezones preciosos, una mujer hecha y
derecha.
—Bueno, ahora bájate el short
pero no todo. Sólo muéstrame el vello. No quiero ver más nada.
Así que ahí estábamos, ella en
tetas y yo vestido, pero con mi muñeco haciendo una tremenda carpa en mi short.
Ella sonrió. Yo estaba muy nervioso por lo que iría a pedirme. Bajé mi short y
le mostré apenas mi vello púbico, muy por el lado de arriba nada más. Nada de
mostrarle todo.
—Ah, primito, veo que ya eres un
hombre. ¿Seguimos acomodando?
Por supuesto que lo que menos
quería era mover muebles, lo único que quería mover era su cuerpo. Así que le
dije: sigamos con el trato, te muestro más vello si te sacas la falda.
—Sácamela tú.
Yo me acerqué y empecé a
tironear. Quería quitarle la falda arrastrando lo que tuviera debajo pero ella
dijo como retándome:
—Sólo la falda, primo —así que
fue sólo la falda la que cayó al piso.
—Esto no es justo —dije—. Yo te
mostré mi vello y tú no. Muéstrame todo tu vello.
Se echó a reír:
—Es que no tengo vello. Estoy
toda depilada.
—Igual quiero ver. Muéstrame tu
depilación.
Nos reímos a las carcajadas.
—Entonces hagámoslo bien. Te
quitas el short y yo el calzón, pero sin trampas, ¿Estamos?
Y ahí cayeron las dos prendas. Era
cierto, estaba toda depilada. Mi muñeco al máximo. Se arrodilló y sentí que lo
atrapaba con los labios. Era la primera vez que alguien me tomaba el pico.
Cerré los ojos y le dije así, así, en tanto me quitaba la polera y quedaba
desnudo como ella.
—Vamos a la cama de una vez —le
dije y consintió.
Ya en la pieza me pidió que la
besara abajo. Era justo, ella me lo había hecho antes. Sentí su jugo y me
gustó, jadeaba y acababa como una perra, y no sólo una vez. De pronto se puso en
cuatro patas y empezó a mover las nalgas.
—Vamos, primito, ¿no querías esto?
—sus nalgas bailoteaban, era la primera vez que tenía una mujer para mí. No
aguanté más.
—Por ahí nooooo. No, no… por ahí
no…
Era tarde, yo no iría a parar.
Así que apreté hasta enterrarle todo el muñeco. Gritaba como una condenada pero
no se lo saqué. Al rato, más tranquila, movía sus nalgas pese al dolor.
—Es la primera vez que me lo
hacen por ahí, maldito.
Un reproche que no era un
reproche, más bien, un agradecimiento. Eso me entusiasmó. Busqué mi propia
satisfacción, tirármela bien tirada al ver que ella se movía más y más. Al rato
saqué el pico del lugar “equivocado”. No me dejó ir al baño sino que se acomodó
y volvió a tomarme con la boca. Sentía su saliva que me lavaba y muchas ganas de
tirármela de nuevo. Entrar en su choro fue una delicia, estaba mojado al
máximo, me pedía que le entrara bien a fondo. Acabó un par de veces y enseguida
sentí que me venía.
—Echa tu pipí afuera…
—Mi leche querrás decir —me hizo
gracia lo de tu pipí, me seguía tratando como a un chiquilín.
—No te vacíes adentro, te lo
ruego…
No quería quedar embarazada, yo
tampoco quería que quedara, así que le hice caso. Lo único que faltaba era un
drama familiar. Tirar está bien, preñar no. Saqué mi pico de su choro. La tomé
de los hombros y se lo puse en la boca. Fue divino. Ella chupando y lamiendo
como una perra en celo y yo bombeando, ayudándola a que me diera más y más placer.
Su boca ya era una zorra, una zorra mojada. La sujeté por la nuca, ella
intentaba decir algo, quizá un nooooo, pero como tenía su boca ocupada lo
ignoré y seguí adelante. No tardé en venirme dentro. Ella no podía zafar, mi
pene estaba a fondo y recibió mi semen que saltó con todo. Me puse perverso, no
sé por qué, tal vez mis 18 años me daban permiso de ser medio loco… Lo cierto
es que no le solté la cabeza y con una mano le tapé la nariz, tragó todo mi
semen… Se enojó y tenía razón. Fui muy malo. Me castigó varios meses sin darme
sexo. Hasta que aprendas a respetarme. Repito, estuve mal. Al fin de cuentas
fue la mujer que me hizo hombre. Y la que me sigue haciendo hombre pese a nuestros
matrimonios y a los años…
(Mi prima mayor)
No hay comentarios:
Publicar un comentario