Contribuido por la señorita
XX-33. El hecho ocurrió a fines de 2012.
En mi universidad hay varias
chicas hermosas. Entre ellas mi maestra de deportes. Por entonces tenía que
controlar mis impulsos de querer tocarle los pechos cuando ella trotaba y estos
le saltaban.
Un lunes me toca deportes, así
que arreglé mi uniforme para que me quedara más ajustado. Mi idea era
conquistar a mi maestra y tener sexo con ella. Nunca había tenido sexo con
ninguna chica. Lo que tenía bien en claro era que quería ser lesbiana, me
sentía lesbiana. Aunque no me provocaba deseos cualquier mujer, no, sólo mi
maestra de deportes. Sí, realmente yo era virgen.
En verdad, tampoco sé cuándo una
lesbiana considera que dejó de ser virgen. Creo que la penetración ni tiene que
ver. Las heterosexuales no tienen duda, dejan de ser vírgenes cuando un hombre
las penetra pero no creo que sea así entre nosotras. Entiendo que perdemos la
virginidad al tener contacto físico con otra porque no todas las parejas de
lesbianas se penetran.
Pero me estoy desviando del tema.
Voy a contar lo que me pasó. Ese lunes
me imaginaba haciéndole la tijera a mi maestra de deportes. Es hermosa y la
deseaba intensamente. Es más, la amaba intensamente. Me imaginaba metiéndola en
mi apartamento, besándola con pasión y arrancándole la ropa. Y ella también a
mí. Ambas bien explosivas. Me ponían con todo esos joggins apretados, esas
camisillas provocadoras, que usa.
Pero me deprimía que tuviera
novio, que hablara de casarse. Así que estaba yo siempre entre el cielo y el
infierno. Alguien dirá que es más tentador que tenga novio, que sea
heterosexual, pero es horrible para quien desea y ama como deseaba y amaba yo
en esos días. Si al menos la mujer deseada fuera homosexual, si una al menos tuviera
certeza de eso, habría una esperanza. Pero no siendo así, una se inhibe, se
descorazona.
De todas maneras ese lunes estaba
decidida a hacer algo. Pensé en conversarla por un período de tiempo para ser
más allegadas, entrar en confianza. Algo sabía sobre ella, sobre sus gustos. Por
ejemplo sabía que le gustaban las películas de dramas, las intelectuales. No
las tontas ni las de acción. También que le gustaba tomar vino en la cena. Era
poco pero algo era. Ese lunes, demoré en vestirme después de la clase de
deportes. Lo hice a propósito para salir con ella. ¡Y lo logré! Me acerqué y
empecé a preguntarle sobre reglamentos deportivos y esas cosas. Ella se mostró
muy amable y me contestó entusiasmada mientras caminábamos hacia el límite del
campus. Caminamos juntas hasta su carro. Ya me despedía, cuando me dijo que me
acercaría hasta mi casa o hasta donde me fuera más cómodo. No lo pensé dos
veces y me metí en el vehículo. Sin el equipo de gimnasia se la veía aun más
sexy. Me tenía que contener. Tiene ocho años más que yo. A sus 27 años no era
nada vieja, me encantaba su edad, me encanta, me sigue encantando.
Ella iría al centro a ver por algunas
clavas en un negocio de deportes, así que me dijo que si quería acompañarla y
ver de comprar esos reglamentos que lo hiciera. Fuimos juntas. Cuando salimos,
me invitó a tomar un café y charlamos de muchas cosas. Estaba en el cielo por
pasarla junto a ella y me dio una esperanza —remota por cierto— de que yo le
agradara. De nuevo en el carro intercambiamos teléfonos. Entré a casa cantando,
esa noche soñé con ella, soñé que me despertaba con un beso en la mejilla.
En la semana nos llamamos varias
veces. Yo ansiaba su llamado. El jueves le dije si estaría libre por la tarde y
me dijo que sí. Tomamos otro café. Charlamos sobre la posibilidad de ver juntas
una película. Se puso a pensar y me dijo que el único día libre que tendría
sería el sábado por la noche pues su novio no estaría porque viajaba al
interior. Después agregó:
—Pero sería muy desconsiderada
contigo hacerte venir a casa: tú no tienes carro.
Me palpitaba a cien el corazón
cuando le dije:
—¿Y por qué no vienes tú a mi
apartamento? Es modesto pero acogedor. La pasaremos bien…
Ay, que atrevimiento, pensé casi
arrepentida. Ya me palpitaba a mil mientras consideraba su respuesta, que al
final fue simple:
—Tienes razón, el sábado a las
seis, ¿te parece? Compraremos comida y veremos esa película. Será muy lindo.
Y así quedamos. El viernes no pasaba
nunca. Me distraía de continuo. Me levantaba y me iba a la ventana. Quería ver
su carro aparcado frente a casa. Volvía a mi lugar para seguir estudiando pero
no podía concentrarme.
El sábado fue todo distinto. La
actividad me tuvo entretenida y las horas pasaron rápido. Mi apartamento es uno
de arrendamiento barato, hecho para estudiantes del interior, de ahí que sea
chiquito y todo deba hacerse en una mesita minúscula o en la cama. Me aterraba
que le espantara la precariedad pero me alentaba que hubiera poco espacio. A
menor espacio el contacto físico casual es más probable, pensé. Puse la TV y el aparato de video de tal
modo que permitiera cierta intimidad. Limpié todo lo que pude y salí a conseguir
dos películas en la casa de video. Una de ellas la que me había dicho que le
gustaría ver. A las seis en punto estaba tocando el timbre de mi puerta. La
hice pasar:
—Me encanta tu apartamento. Me
recuerda mis tiempos de estudiante.
Qué alivio. Me torturaba que
saliera espantada. Qué tonta. Me había olvidado que ella tampoco era de la
capital. Así que salimos a comprar la comida y una botella del mejor vino que
conseguimos. Por momentos me parecía como una hermana mayor pero no; no debía
ser mi hermana, no. Éramos amigas y por ahora eso me bastaba. No perdería su
amistad por nada del mundo. Estaba más sexy que nunca, pero me juré no hacer
tonterías que la espantaran.
Al volver a su carro, le dije que
había alquilado dos pelis.
—¿Dos películas? Pero… ¿no se me
hará muy tarde?
—Uuuy, pensé que te quedarías a
dormir…
—¿Te parece? No se me había
ocurrido pero además no querría molestarte…
—No sería ninguna molestia. Vivo
sola como ves, además cenando con vino no conviene que salgas manejando tarde a
la noche. Te quedas y de paso desayunamos juntas a la mañana. Me encantará
prepararte unas tostadas.
—Eres un amor pero no sé… —me
golpeó esa palabra.
La miré mientras consultaba el
espejo retrovisor para arrancar el carro. Tenía unas ganas tremendas de besarla
pero me contuve. Amor… me había dicho amor, aunque fuera sin ninguna connotación
sexual era más de lo que hubiera imaginado. Así que jugué con todo:
—Dale, te quedas. Desayunamos y
después hacemos un trote juntas —a una profe de gimnasia hay que tentarla así,
pensé con cierta perversidad amorosa.
—Mi amor, no traje equipo —otra
vez esa palabra.
—Tengo un par en casa. No tienes
pretexto —le dije alegre.
Nos echamos a reír juntas,
después de su “eres terrible” y volvimos a casa.
Así que pusimos la peli mientras
comíamos. Sabía que ella era sensible a las pelis dramáticas. El jueves me
había dicho que muchas veces la hacían llorar. Y ahí estaría yo cuando
ocurriera.
Comimos, nos servimos vino y miramos
la peli. Ambas en pijama, yo tenía más de uno. Ella es de mi talla. Al fin terminamos
la comida y el vino. La trama de la pantalla se hizo más y más intensa. En un
momento el tema era tan agobiante que le ví saltar las lágrimas. Entonces me
acerqué y le puse una mano sobre el hombro y puse mi sien contra la suya. La
atraje apenas hacia mí, le acaricié la cara. Después le besé la cabeza mientras
la abrazaba. No se lo hacía como un amante sino como si fuera mi hermana. Nada
sexual, me dije, nada. Tienes que controlarte, me impuse a mí misma. Ella
aceptó las caricias de buena gana y así nos quedamos viendo cómo la peli
avanzaba hacia el desenlace final. Era muy tierno tenerla tan cerca. Evitaba
toda zona erógena suya y mía en el contacto. Nunca olvidé su heterosexualidad.
Estaría así mil años con ella en los brazos, aunque nunca fuera mía.
De pronto tuve una idea. La
besaría en la sien. Sí, la sien quizá sería la puerta. En la sien está
permitido besar. No es la boca ni los senos. Ni siquiera el cuello o las orejas
que pueden resultar erógenos. Sí, me dije, la sien es la puerta, la clave. Y lo
fue. Ella se acurrucó un poco más y me besó la mejilla como respuesta a mi cariño.
Sus ojos todavía tenían rastros de llanto.
—Nunca estuve así con una mujer. No pienses mal.
Estoy sensible —le
sonreí y le respondí el beso con otro en su mejilla. Yo estaba que volaba.
—Yo tampoco estuve jamás así con
una mujer.
Y no dejamos de abrazarnos.
—Sería lindo si se pudiera dormir
así —no podía creer oír eso, pero agregó:— si no fuera que la gente lo ve mal.
—La gente no importa, porque
igual no estamos haciendo nada malo —le dije.
—O sea que te parece que durmamos
abrazadas, ¿no te molesta? No te parece muy… no sé…
—Para nada, antes así me ayudas
con el frío que me da por las noches.
—Si fuera así, hoy no tendrás
frío… ¿Sabes? No debería decirlo, pero siempre fuiste mi alumna preferida. Pasa
que en clase no podía demostrártelo.
—¿En serio? Tú eres mi profesora favorita. Aunque siempre temí
decírtelo.
—Ay dios. Espero que nunca nos vean así, pensarían
mal de nosotras.
—No importa eso. No estamos haciendo nada malo. Pero
si a ti te incomoda, te doy tu espacio.
—No, no. Quédate así. Una vez que
tengo a mi alumna favorita conmigo, mira si la voy a perder…
—Eres muy tierna —le dije
—Tú también.
—¿Quieres dormir ya? —propuse.
—Quédate un poco más así, ¿sí?
—¿Sabes? Es increíble, porque
sentía lo mismo contigo —me animé a decirle.
—Estoy segura, pero tú puedes
tenerme como tu profesora favorita y ninguna de mis colegas se entera.
—Me daba pena no poder demostrártelo.
Gracias. Eres
muy amable y tierna.
—A mí me daba miedo de tus
compañeras, de parecer injusta, de tener preferencias contigo. Por eso mi
actitud distante a veces…
—Por mi parte nadie lo notará.
—Una alumna no tiene esos
problemas, una profe como yo, sí.
—Puedes estar tranquila, sé
disimular.
—No hay nada que disimular, sino no
hacemos nada malo. Salvo que nuestras conciencias... Pero no… ¿no?
—Nuestras conciencias… ¿que?
—Es que te quiero mucho y veo que
tú me quieres también… No sé... Debe ser el vino que me hace decir tonterías,
no me hagas caso —me dijo esto a la par que se acurrucaba un poco más contra mí;
no sé cómo aguanté besarla en la boca.
—Sí, es cierto, pero no hay nada malo en ello —mentí.
—No, pero es que... ¿todavía
quieres dormir abrazada a mí?
—Ya, sí, ¿y tú? Porque yo sí.
—Eres una chica valiente. Con
decisión. Pero… ¿no nos hará mal dormir abrazadas?, ¿que crees?
—Para nada, antes nos quitamos el
frío que hace ahora. Además ya lo estamos y nada nos pasó —reímos y con ganas.
—No digo por eso… Digo por si
mañana no extrañaremos dormir separadas.
—¿Entonces?
—Entonces que quizá suframos
dormir solas después. Tú, mi alumna preferida. Yo, tu profe favorita. Eso pasa.
—No quiero que sufras… jamás. Lo
evitaré a toda costa.
—Pero no puedo venir a dormir
contigo todos los días. Ay,
mira las cosas que digo...
—No es nada malo, si quieres
venir a diario lo puedes hacer. A
mí me encantaría recibirte.
—No seas chiquilla. Tus vecinos pensarían mal.
—¿Por qué lo dices?
—Porque eres joven y no conoces a
la gente… ¿Qué crees que pensaría cualquier vecina si de pronto entrara y nos
viera así en la cama abrazadas? Una vieja y una jovencita.
—Primero que no eres ninguna
vieja. Segundo que los vecinos no son problema, aquí nadie entra sin mi permiso.
Igual la señora de abajo es sorda y se duerme a las ocho.
Pareció que no pararíamos de reír
juntas. Mas ella insistió:
—Pero no es la única vecina.
—Los de arriba sólo vienen en vacaciones —le aclaré.
—Te quiero mucho, mi alumna
preferida.
—Y yo a ti.
—Pero mucho… mucho.
—Y yo te juro que haré lo que sea
para que te sientas bien porque también te quiero mucho, mucho, mucho.
—Estoy de novia. Lo sabes. No
puedo venir a diario a dormir contigo… abrazadas. Y eso sólo nos haría sufrir a
las dos. ¿O tú no sufrirías?
—Pero sí podrías venir en la
tarde. Claro que sufriría y más ahora que me acostumbré a tenerte así. Quiero estar siempre
a tu lado.
—Doy clases varios días por la
tarde. Además a
la tarde no hace frío y tú dices que es mejor dormir abrazadas por el frío, ¿no?
Sólo por el frío...
—¡Y porque te quiero! —le dije
casi a los gritos.
—Ay, dios, ya sé que me quieres. Yo,
también. Pero, ¿entendí
mal? Me quieres como...
—No quiero que te sientas… mal. Si te sientes incómoda...
—No, no, yo también te quiero pero dime si... Ay, mira,
estoy temblando. Di
lo que sientes, por favor... Aceptaré
tu amor pero dime qué amor es, por dios. Estoy nerviosa, nunca pasó por mí este sentimiento…
—No se dará nada que no quieras,
mi profesora favorita…
—Es que ese es el punto. No se
dará nada que yo no quiera y es que... creo que yo quiero...
—Entonces no te sientas mal. Es tu corazón el que manda.
—¿Alguna vez te pasó a ti con alguna mujer?
—O sea que... tú... conmigo... ¿es así?
—¿Tú estás sintiendo lo mismo?
—Sí… acaso, ¿te molesta?
—¿Cómo me va a molestar? Si yo lo
siento igual, mi pequeña preferida. Pero ¿desde cuando? ¿Desde cuándo sientes
cosas por mí?
—Desde que te conocí.
—¿Tanto tiempo?
—Sí, pero no era capaz de decirte
nada.
—Tú me gustaste siempre también,
eres buena gente, además de mi alumna preferida.
—Tú igual y encima muy hermosa.
—Pero tú… Ay no puedo decir algunas cosas, ayúdame. ¿Cuando me veías qué
te pasaba? Digo,
a nivel físico...
—Se me aceleraba el corazón. Me
provocaba...
—¿Qué cosa?
—No quiero que te enojes, mi profe...
—¿Cómo me voy a enojar? Dilo por favor, dilo. Quiero oírlo.
—Me provocaba besarte. Te deseaba mucho y...
todavía... ¿No estás enojada, no?
—No. Ahora
no te enojes tú con lo que te diga.
—Dime, no me enojaré.
—Antes de besarnos, mi novio dijo que lo provocaba
mucho verme correr. El balanceo de mi pecho, ¿entiendes?
—A mí me pasa igual.
—Dice que mis pechos saltan con mucha sexualidad, ¿es
cierto?
—Es cierto, mi querida profesora.
—Tus pechos son hermosos también. Bah, aunque nunca
los vi desnudos. Ay, las cosas que digo. Perdona.
—No te preocupes. ¡No te imaginas lo que
yo me he imaginado contigo!
—¿Qué? Dime.
—Tengo nervios... no sé si decírtelo. No quiero
perderte.
—Dilo, por dios. Ya estamos jugadas, ¿no te das
cuenta? Me amas… te amo… ¿qué puede enojarme?, ¿qué puede enojarte?
—Está bien. Me excita verte correr…
—¿Qué imaginabas conmigo?
—Me provoca agarrarte los senos —y
aún no sé cómo me animé a decirle.
—A mí también y no soy lesbiana…
—Hazlo si quieres.
—Nunca estuve con una mujer… Y no sólo agarrarlos… quiero
besarlos, mi alumna preferida.
—Adelante, no te detengas. Ahora me enojaría si no
lo hicieras.
—¿Me querrás después?
—Siempre te querré.
—Quiero romperte ese pijama. Me pones de punta. Ay,
no me dejes rompértelo, sujétame, soy una bruta por decirte eso.
—Rómpeme el pijama, hazlo.
—No, no, no. Rómpeme el mío antes. Aunque en
realidad es tuyo también. Vamos,
hazlo.
—Bésame, profesora, bésame…
Y me besó con pasión. Y ahí si
que no aguanté más. Basta de esperar nada más. Te quiero desnudar, le dije y me
dijo. Desnúdame, me dijo y le dije. Le
agarré los senos con firmeza. Y ella agregó en medio de un suspiro:
—Pero mira que chuparás frío. Tendremos
que abrazarnos después.
—No tendremos frío, te pondré caliente. NO sabes cómo.
—¿Nos pondremos desnudas bajo las
mantas?
—Como quieras, pero bésame, no dejes de besarme —yo
ya no tenía límite.
—Sí, te beso —y su beso fue dulce, hermoso.
—Te arranco la pijama —le dije— y
me pongo sobre ti.
—Sí, sí, cúbreme. Es la primera vez que
me cubre una mujer
La besé con mucha pasión por todo
el cuerpo, me moví sobre ella, y le dije:
—Yo igual, jamás cubrí a una
mujer. Es un sueño hecho realidad.
—Te adoro, pequeña preferida.
—Y yo a ti. No te imaginas cuanto…
—Tu calor me impulsa a besar todo tu cuerpito.
Besé su cuello y fui bajando hacia los senos. Sentí su grito
“sííííííííí” y eso me volvió loca.
—Para, para, por dios, que me
excitas demasiado. Quiero
tenerte pero no sé como es esto, sólo tengo sexo hetero con mi novio. Perdona si no hago
bien las cosas. Enséñame
aunque no sé qué puedas enseñarme si es tu primera vez también —todo esto dicho
con desesperación en medio de abrazos y rozamientos y besos y…
—Mejor, esto será 100% espontáneo. Como debe ser. ¿Sabes, profesora?
Soy virgen.
—Ya lo veo, pero pronto no lo serás más. Penetraré tu cuerpo
con los dedos, con la lengua, como sea, pero serás mía… y yo seré tuya.
—Me encantas. Siempre quise que
hiciéramos esto.
—Te haré lo que sé de sexo. Lo que me gusta que me hagan. Besaré tu vulva
y jugaré con tu clítoris hasta
que digas basta…
—Umm, sí, sí. Yo te haré igual.
—Penetraré tu vagina con mi lengua y serás mía, mía…
—Hazme de todo y te querré más.
—Hasta tu cola será mía. Ay, detenme que me paso. Nunca
dije cosas así.
—No, no te pasas, quiero ir más
allá del límite.
—Te haré todo lo que me hace mi
novio con los dedos y me harás lo mismo.
—Vale.
—Entonces penetraré doblemente tu cuerpo, me
sentirás como no sentiste nunca a nadie.
—Dale, me encantas.
Y penetró su pulgar en mi cola y amenazó con dos
dedos mi vagina. Sentí un placer increíble tras su contacto.
—Esto podemos hacerlo como los
hombres. Muchas mujeres lo reciben así de su marido o amante.
—Ummm, hazlo, hazlo, yo te lo haré
igual.
—Y ahí sí dejarás de ser virgen,
mi pequeña.
—Sí, como siempre lo soñé y con quien siempre lo soñé.
—¿Le dirás a todo el mundo que tu amante tomó tu
virginidad? No puedo darte la mía pero sí puedes darme la tuya.
—Así será.
—Me cortaré muy cortas las uñas para que no te
lastime jamás. No importa que después me digan que no es femenino.
—Gracias. Yo haré igual.
—Quiero darte todo mi amor.
—Eres supertierna.
—Quiero que grites, que me acabes en la mano.
Pero no lo hizo ese día. Yo sí le
hice lo que le hacía su novio. Tuve que esperar varias semanas hasta que
decidió avanzar sus dedos en mi vagina. Le aterraba romper mi himen hasta que
un día le insistí tanto que la obligué a hacerlo. Sentí dolor y placer, placer
y dolor a la vez. No importaba, era suya y ella, mía. Después fue encontrarnos
sábado tras sábado. Aún hoy después de dos años, ella ya casada con su novio de
siempre, todo sábado —sin faltar uno— sigue siendo mía, sigo siendo suya…
(Mi dulce profesora)